"Sánchez y la cortina de la regeneración"

Hasta las democracias con una mayor calidad reconocida tienen deficiencias por subsanar. Su continuado perfeccionamiento es un objetivo loable, aunque la concreción de las carencias y las fórmulas para superarlas suelen estar sujetas a tales discrepancias que resulta extremadamente dificultoso articular consensos incluso sobre qué materias deberían ser objeto de mejora. Mucho más, por tanto, sobre los mecanismos para progresar en ese terreno. Tras su desconcertante amago de dimisión, Pedro Sánchez ha lanzado un debate sobre la “regeneración democrática” en nuestro país que se antoja claramente oportunista: un golpe de efecto para desviar la atención sobre las informaciones periodísticas que atañen a su esposa y que han puesto en duda la ética de su comportamiento, y sobre la que La Moncloa se niega a dar explicaciones. Es sospechoso que, después de seis años en el cargo, el presidente haya caído ahora en la cuenta de graves problemas que amenazarían los derechos y libertades y dibuje con tintes apocalípticos una España controlada por oscuros poderes reaccionarios. Que lo haga justo cuando sobre su mujer pesan unas diligencias previas por presunto tráfico de influencias. Y que señale sólo a la derecha como causante de todos los males y la crispación política, eximiendo a su partido de responsabilidad alguna. Un argumentario que ayer se encargaron de amplificar con vehemencia en el Comité Regional del PSN el secretario de Organización del PSOE, el navarro Santos Cerdán, acusando a la derecha de no respetar lo que los ciudadanos votan, o la presidenta Chivite, hablando de “emergencia democrática” . Discursos hiperbólicos que contrastan con las medidas esbozadas para superar esa crisis: la obligada renovación del Consejo General del Poder Judicial -torpedeada de forma injustificable por el PP-, que es urgente, y un intento de asfixiar a medios críticos con un eventual recorte de la publicidad institucional. Todo ello, entre críticas a la independencia de los jueces y la gratuita descalificación como “bulos” de todas las informaciones que no son de su agrado, como si las injurias, calumnias y difamaciones gozasen de impunidad. La regeneración que proclama el Gobierno se contradice, por ejemplo, con el insólito nombramiento de una ministra de Justicia como fiscal del Estado o de su sucesor como vocal del Constitucional.